jueves, 12 de marzo de 2009

Resumen del trabajo del 2008

Durante el año 2008 el grupo “Que carajo investigamos” decidió abordar el problema de la ciudad.
Recorriendo primero diversos textos tradicionales relacionados a la sociología urbana considerados clásicos de la misma (Topalov, Weber, Castells ente otros), así como otros de carácter más actual; nos detuvimos sobre una mirada más constructivista en la cual tomamos como principal referente a un predecesor de esta corriente: G. Simmel.

En líneas generales observamos que Simmel realizó dos grandes abordajes de la ciudad. Por un lado, la ciudad puede ser abordada como cristalización de la división del trabajo, arena del capitalismo y de la creciente racionalización del estilo de vida moderno y su carácter trágico (como lo realiza en “Las grandes urbes y la vida psíquica”).
Sin embargo, al mismo tiempo el autor recrea un acercamiento de corte más vitalista y estético, a través de escritos como “Roma Florencia y Venecia” (2007) que como señala Vernik (en Simmel, 2007) “…buscan trasladar al lector a las experiencias subjetivas y los sentimientos” de las ciudades Italianas.
Si bien el campo metafísico y el sociológico aparecen claramente diferenciados en la obra de Simmel, ambos pueden encontrarse en la idea que construye de espacio, que siendo un concepto y herramienta sociológica, nos permite al mismo tiempo un abordaje de diversos elementos que se reflejan en sus escritos más estéticos.[1]

del concepto de sociedad a La mirada sociológica del espacio. introducción a algunos conceptos fundamentales de la sociología de g. simmel.

¿Qué es la metrópoli para Simmel? En principio la ciudad se presenta como un conjunto de viviendas, edificios, personas y dinero que circulan a una enorme velocidad, generando rápidos intercambios de impresiones y pulsiones en los individuos que las habitan compartiendo un espacio reducido.
La proximidad corporal y el enorme caudal de imágenes que estimula al individuo es quizás una de las características más importantes porque es aquella que generará en el urbanita, -esto es el tipo ideal[2] que Simmel recrea para la ciudad - , una actitud particular que lo hace único. Sin embargo el paisaje urbano es uno de los muchos que la teoría simmeliana aborda.
La mirada sociológica de Simmel parte de una visión sociológica, una abstracción particular de lo social que implica separar las formas de la socialización de su contenido. La sociedad, constituye (1939) el lugar “donde varios individuos entran en acción recíproca” o para ser más precisos , el conjunto de las formas de socialización.
El contenido o materia de la socialización lo constituyen las pulsiones que guían la acción, es decir, su esencia; sin embargo, éstas, no son sociales por si mismas, y deben necesariamente realizarse a través de una forma para serlo.
Esto destaca la importancia de la idea de reciprocidad que solo se realiza una vez que éste contenido adquiere una forma que orienta y limita las acciones, “la socialización – remarca el autor – es la forma de diversas maneras realizada” (Simmel 1939). Consolidando la unión, durando a veces más a veces menos tiempo, la socialización siempre debe ser entendida como un proceso, un verbo, un constante devenir, cuyas formas con diversos grados de pureza, son estudiadas por la sociología.
En la socialización, el individuo pone sólo una parte de su personalidad en juego, de manera tal que pueda dar lugar a la reciprocidad y a un lenguaje común diferente al mero lenguaje del yo[3].

La sociología como el estudio de las forma de socialización implica además, que para que la sociedad sea posible, se deben dar tres elementos a priori cuya importancia puede leerse entre líneas en todas las obras de este autor (incluso en la descripción que éste hace de la espacialización).
En primer lugar el individuo aprehende al otro desde su interior es decir, la sociedad es por si misma una unidad objetiva que no necesita un observador que sea algo diferente de si misma. Como señala Waiter (2005) “lo individuos no conocen la sociedad desde el exterior como un objeto, sino desde un saber interno y propio”.
En segundo lugar cada elemento de un grupo no se encuentra totalmente socializado, es decir, el sujeto no expone nunca totalmente su yo en la interacción social. Esta parte “no social” la constituye su personalidad.
Por último, un tercer elemento fundamental para comprender la condición de posibilidad de existencia de lo social, es el hecho de que en nuestra aprehensión de la sociedad presuponemos la existencia de un lugar para cada uno de los individuos o de aquellos que nos rodean. Como veremos en seguida, a través de impresiones más o menos duraderas, el individuo construye una imagen coherente pero siempre una imagen fragmentada del tu que es percibida como una totalidad. Estas imágenes a las que el hombre puede estar expuesto, pueden tener diferentes grados de profundidad en tanto se liguen más o menos a la personalidad del yo.

En el marco de una ciudad capitalista, esta premisa se traduce no sólo en la aprehensión del otro en calidad de por ejemplo funcionario, colectivero, carpintero, miembro de una organización u otro, sino en su carácter meramente utilitario, esto es en el marco de una división creciente del trabajo en la cual los hombres son cada vez más independientes al tiempo que son cada vez más dependientes entre sí. [4]
Así mismo, esto se explica - y este es un punto sobre el que volveremos más adelante-, en el entrecruzamiento que se da entre los diversos círculos sociales (o esferas, dirían otros autores) que se da en las sociedades modernas y qué partes quedan expuestas o no del yo, constituyendo una personalidad urbana muy particular.
Como veremos más adelante, el estilo de vida metropolitano de disociación es en realidad una de sus formas de socialización y por consiguiente la individualidad de tipo metropolitano se va a caracterizar por un desarrollo importante. Lamentablemente esto se logrará tras una exposición y exaltación exagerada del estímulo nervioso que para Simmel lo arrastra a la apatía.

Si bien los apriori constituyen aquellos elementos que hacen posible una explicación de cómo sucede “lo social”, hay otros elementos que son, a su vez, condición de posibilidad para que ésta sociedad precaria de tanta contingencia sea posible, una de ellas (junto al tiempo por ej.) es el espacio.
Para entender la noción de espacio de Simmel es necesario regresar a la distinción entre forma y contenido que habíamos mencionado al comienzo.
El espacio es ante todo condición de posibilidad de lo social. Sin embargo se presenta y verifica en una forma esto quiere decir, que a pesar de que no puede producirse por sí misma, es vital para que se desarrolle cierto contenido en relación a ella. Así como un programa de computadora no puede desarrollarse sin el soporte físico que los cables, plásticos y metales le ofrecen, estos últimos no constituyen más que chatarra por sí solos.[5]
Por ello lo que tiene importancia social para Simmel en este nivel no es el espacio per se sino “el eslabonamiento y conexión de las partes del espacio, producido por factores espirituales”; la operación espacio. Sin embargo su importancia respecto de las acciones recíprocas no puede ser eludida: las propias acciones recíprocas son percibidas como “el acto de llenar un espacio” entre dos personas algo que no aparece allí hasta que los dos agentes (o grupos de agentes) entran en contacto.
Así es como en la reciprocidad de la acción se verifica la importancia de la forma espacial y donde surge siempre (una y otra vez) como condición de posibilidad de lo social, hecho que la diferencia de otras formas. Según Simmel esto se debe al doble significado que adquiere la palabra “entre”. Por un lado la relación se produce entre ellos, pero y a la vez “se realiza como pretensión del espacio que existe entre ellos” en el lugar que ocupa cada uno. Por ello el espacio también, y en vista de este carácter recíproco acentúa y guía las socializaciones e interacciones.
A su vez el espacio posee diversas características o dimensiones que al tratar de conocer las formas de socialización (como la sociología lo plantea) y sobre todo en el marco urbano que es nuestro objeto, son fundamentales.

Las dimensiones del espacio: el límite.
Una de las cualidades más importantes del espacio es su carácter divisible en tanto puede dividirse el espacio en pedazos (que poseen siempre un carácter exclusivo) rodeados de límites que lo enmarcan y separan como unidades coherentes y con sentido. Aquí el concepto sociológico de límite cumple una función vital que consiste en la exclusión o inclusión del otro como propia intensión o materia / contenido de la forma de socialización, que al dibujarse sobre el espacio físico constituye una especie de cristalización o espacialización de los procesos de interacción social.
El límite se produce cuando coinciden en un punto de dos personalidades, que se ciernen sobre si mismas pero que se refieren e indican la una a la otra. Sin embargo en esta cristalización o espacialización que se produce, el límite adquiere una rigidez, una materialidad que no puede ser eludida, y que se vuelve sobre los sujetos una y otra vez por ello se diferencia de otras formas de socialización haciéndola única.
Así, según este intelectual alemán “el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con forma espacial”[6] es una “función sociológica” que una vez trazada y cristalizada “ejerce una influencia retroactiva sobre la conciencia de la relación entre las partes” (Simmel, 1939).
Esto implica a su vez, una temporalidad particular de la acción: la marca una vez realizada en el espacio a través de una avenida, un edificio, un monumento, una reja, perdura y supera el propio momento de la acción de su realización y es muy probable que perdure allí por años (superando ampliamente las intenciones que impulsaron aquella socialización) y adquiriendo en su actualización permanente un significado siempre distinto[7]. Como señala Segura, un autor que algunos de los integrantes del taller pudimos escuchar en el marco del Taller de Antropología organizado por el IIGG (2008), el binomio separar y ligar y su carácter complementario en los modos de uso del espacio “en un sentido tanto inmediato como simbólico, tanto corporal como espiritual, (explica porque) somos a cada instante aquellos que separan lo ligado o ligan lo separado” (Simmel, 2001).
Pensemos por ejemplo en los límites que establece un lugar como la Plaza de Mayo[8] y la pirámide que esta posee en el centro. Si bien este es un monumento que hace referencia a un hecho particular y establece un límite incluyente y excluyente acerca de la nacionalidad, el mismo se ha re significado con los acontecimientos, que con este objeto se han querido trazar una y otra vez y se resignifica de diversas formas para cada tipo de acción que por esta o, mejor dicho, a través de esta, sucede.

Sociología de los sentidos: lo visual y los LÍMITES
Si bein este es un tema que no hemos trabajado mucho en nuestro taller, quizas sea importante recalcar algunos elementos acerca del mismo que nos ayudaran a enlazarlo con otros autores trabajados durante el año.

Siguiendo también la gran sociología donde Simmel describe la importancia de la espacialidad como forma el autor destaca que los ojos cumplen la función sociológica de enlace y acción recíproca más inmediata y pura que existe, ya que tiene la capacidad de dar y recibir una intención en un instante (y sin la mediación del lenguaje, o de otros medios como el dinero). El poder de lo visual sobre todo en la ciudad cumple así un papel fundamental. Si la mirada liga en un instante las personalidades podríamos decir del urbanita intenta inevitablemente cerrar los ojos, ante colores tan brillantes.
La metrópoli predispone al individuo tanto desde el punto de vista institucional del mercado, como desde el punto de vista de la vida mental. A través de la actualización constante de su individualidad el urbanita se ve impulsado a elegir marcas, colores, horarios, y a encajar constantemente en la racionalidad de la ciudad que produce y lo reproduce[9] muchas veces el consumidor y el productor nunca se ven.
Como tuvimos la oportunidad de leer en “La Metrópoli y la vida mental” La metrópoli ofrece un escenario donde lo visual es fundamental, donde la antipatía puede mantenerse de forma latente como con ninguna otra forma de socialización. Esta se refleja cada vez más rápidamente en la duración de un parpadeo que nos indica y al cual indicamos (siempre muy polite) donde empieza uno y comienza el otro[10].
Así la ciudad comunica sus límites a través de muchos más elementos visibles cuales son los límites para cada cosa, no solo de rejas o formas más modernas que las mismas puedan adquirir (perímetros, portones límites a veces marcados por un espacio “vacío”).

La ciudad Física y la ciudad mental: las formas de exploración urbana y el nuevo flanêur urbano.
Uno de los autores que nos llevó a abordar la tematica de la ciudada partir de una perspectiva simmeliana, fue G. Améndola (2000) sobre todo respecto al estado de alerta constante que Simmel describe (mucho más exacerbado en nuestros días) a causa de una sobreestimulación de las impresiones, a través del temor a la violencia y cómo este se ha convertido en uno de los principios que entre otros ordenan la ciudad o, -para ponerlo en términos del corpus teórico simmeliano- , de las formas de espacialización que adquieren las socializaciones.
“El ciudadano metropolitano- explica Améndola (2000) es bombardeado por señales de peligro” consecuentemente la ciudad se marca “en la organización y en las modalidades de uso de los espacios, en las formas arquitectónicas, en la cultura y en los comportamientos cotidianos”. No solo en la aparición de edificios inteligentes (los cuales en el caso de la city porteña se han multiplicado notablemente durante los últimos 15 años) “marca – y debe marcar- la ruptura del continium (del espacio)”.
Simmel se asombra ya en su época, de que a pocos les sorprende, cómo en aquella relación tan estrecha entre la extensión del espacio y las relaciones sociológicas, “la continuidad del espacio permite trazar en todas partes límites subjetivos, precisamente porque, en efecto, no tienen ningún límite absoluto” (1939).
Algunas veces (sobre todo en lo que respecta a esta ruptura o no, que se da en el espacio público y el espacio privado) esto puede resultar desconcertante para el urbanita quien debe incorporar todo un acervo particular para sobrevivir.
Por un lado debe proteger su personalidad, para lo cual construye una serie de estrategias (que como veremos atraviesan todas las características del espacio) que Simmel denomina actitud blasée (sobre la cual volveremos más adelante). En concatenación con esto (y desde el punto de vista de la espacialidad) Améndola (2000) expone lo que denomina “trama narrativa” de la ciudad esto es “episodios singulares (de la vida cotidiana que)…. adquieren sentido y sobre todo valor”. Una calle obscura, una mirada dirigida de cierto modo, una forma de dirigirse, incluso ciertos tonos de la voz, son parte de un acervo que el urbanita debe incorporar para identificar sitios y formas que de acuerdo a su clase lo ayudaran a recorrer la ciudad, a identificar el peligro (real o imaginario) del cual la ciudad absolutamente racional no se encuentra absuelta.
Aquí encontramos que la espacialidad se construye en dos niveles de interacción que Améndola (2000) describe como cityscape, esto es el “panorama físico de la ciudad” y su mindscape es decir, el “panorama del alma y de las culturas de la ciudad”. Al contrario de aquello que expresaba Baudelaire respecto del tempo más acelerado en la primera que en la segunda, Améndola invierte esta relación temporal explicando como la ciudad psíquica avanza hoy en día a pasos agigantados sobre su estructura física. Por ponerlo en otros términos, se produce un desfasaje entre las formas de espacialización efectivas y las que se producen en potencia y que no llegan a cristalizarse en un límite concreto. “El alma- aclara Améndola – parece estar cambiando mucho más rápidamente que el espacio construido” si bien esto establece una diferencia con la idea de espacialización de Simmel, en su Frankfurt de principios del siglo pasado, esto no lo contradice sino que exacerba su diagnóstico: los cambios en la interacciones adquieren tal rapidez que muchas no llegan a cristalizarse en un límite avanzando, ahora sobre todo en la construcción de límites virtuales.
Esto como veremos en seguida tiene consecuencias sobre el carácter de fijación del espacio que permite asentar contenidos en el mismo. Al respecto sólo adelantaremos que esta capacidad de abstracción del espacio, se encuentra íntimamente relacionada a la forma en que los agentes construyen, desde su propia corporalidad yoica la otredad, en relación a un grupo.

Esto no implica que dejen de existir las antiguas formas de construcción en términos del cityscape (así como el estilo arquitectónico y organización del espacio) sino que la relación entre una y otra dimensión de la ciudad muta, se complejiza y se acelera en su actualización.
Así se pueden incluso trazar nuevas formas de construir los límites a partir de recorridos y exploraciones que se realizan de las metrópolis.
Sobre todo en la relación con los excluidos de la ciudad que Simmel ejemplifica en el tipo sociológico ideal del Extranjero que si bien nosotros no trabajamos puntualmente ssi fue un tema que cercamos al pensar la figura de un nuevo flanêur, que sin ser totalmente parte de la sociedad la observa y al mismo tiempo se incorpora a ella[11]. Esta experiencia del nuevo flanêur del siglo XXI, dista de aquellas primeras experiencias de exploración urbana, como las que realizan contemporáneos a Simmel y Simmel mismo al describir las ciudades italianas.
La actividad de explorar, de una observación, una escucha y de una producción estética literaria de un Simmel flanêur estableciendo, como señala Frisby (2007): Benjamín establece una afinidad con la investigación sociológica, o al menos con ciertas formas de esta.
Nos preguntamos entonces si estas observaciones estéticas de las ciudades no son en realidad otras formas de abordaje de las formas de socialización ,sobre todo teniendo en cuenta la idea de espacialidad del autor que , concatenando categorías sociológicas puras ,busca referencias en elementos arquitectónicos con los cuales interactúa.[12] El flanêur no es un mero “mirón” sino que descifra y lee la ciudad (de allí también su relación con la novela detectivesca)

Proximidad, distancia y Fijación. La organización racional del espacio. De la ciudad maquina a la ciudad fragmentada.
“Así como las antiguas generaciones de intelectuales aprendieron italiano para poder leer a Dante en versión original, así yo he aprendido a conducir para leer a Los Ángeles”
R. Banham. 1971
El espacio posee, para Simmel, un lenguaje que refleja; como la “trama narrativa” de Améndola (2000) la esencia racionalista de la vida urbana. A través de las numeraciones de las casas (en vez de la designación por nombres propios) o la forma recta de las calles (en vez de curvas que no agilizan el transito ni la razón). El racionalismo impreso en cada reloj de la ciudad es, por un lado, la cristalización de aquellas formas de socialización que se han desarrollado históricamente y además produce al mismo tiempo una doble hermenéutica con respecto a aquello que le da origen, en el sentido de que el espacio no determina totalmente lo social, sino que “existe una “relación desfasada”: (entre ambos) ni total autonomía, ni correspondencia necesaria”. (Segura, 2008)
Como también lo señalaban otros contemporáneos de Simmel[13], como Max Weber (autor que también abordamos hacia comienzos del taller), el urbanita se constituye como parte de un proceso de racionalización creciente de la vida del cual la ciudad, no solo no está exenta, sino que es un maravilloso exponente de la misma. La organización del espacio es así, un elemento pivotal para la observación de la contraposición individuo sociedad: “el individualista, con su fijación cualitativa y su vida inconfundible, escapa a la ordenación de un sistema valedero para todos…” en otros términos un carácter fungible, nivelador, como el de los números, y como el del dinero.
A su vez “la posición del individuo ha de ser fijada en virtud de un sistema ajeno a él” vale decir por las socializaciones en las que ha cedido en tanto una relación “que el individuo tenga con el todo” (Simmel, 1939).
Así es que el lenguaje del espacio no expresa más “la esencia sociológica interior de la vida urbana” racionalista que tiende a la “desaparición de lo individual, de lo casual, de los rincones y curvas de las calles, sustituidos por la línea recta, por la construcción según normas geométricas, obediente a leyes generales”[14]
Estos elementos se ven exacerbados en el lenguaje de la ciudad posmoderna, marcados por lo que Simmel describe como la capacidad de fijación del espacio, señalado anteriormente. Esta característica reconstruye la relación entre individuo y el todo en términos de la espacialización: “la organización del todo – explica Simmel – regula la prestación del individuo según fines que no están en él mismo, la posición del individuo ha de ser fijada en virtud de un sistema ajeno a él”, es decir, por un sistema social[15].
Es interesante en este sentido observar, como se ordena la ciudad respecto de esta racionalidad y cómo en nuestro siglo se produce cada vez más, una imposibilidad de describirla como un todo coherente (elemento que quizás si sucede en la Frankfurt descrita por Simmel).
Aquí quizás sus escritos más estéticos aporten una pista a la hora de observar este problema, sobre todo en su descripción de Venecia (que no recuerdo bien si llegamos a leer o si solo deje la fotocopia en el centro). Mientras Venecia, ostenta, pero oculta es en ese ocultamiento donde se esconde siempre latente una “pasión oscura”.
Lejos de la robustez de Roma y la totalidad concertadora de Florencia, la ciudad actual, como Venecia, aparece fragmentada y opaca, imposible de concebirse en una síntesis dotada de sentido propio. Como señala Amándola (2000) “Nacen varias ciudades con destinos separados y lo que estaba presente solo tendencialmente en la ciudad tradicional, en la ciudad contemporánea se vuelve evidente y se enfatiza.” Pero los signos, los límites arquitectónicos, y las acciones que ellos conllevan y que nos indican racionalidad, se hacen cada vez más complejos en su lectura.
Esto se condice también con la capacidad de fijación que pueda tener el individuo, considerando su círculo social. Si, siguiendo a Simmel, los grupos se constituyen de forma más reducida y el lugar para la personalidad esta reducido en pos de la socialización más sentimental, entonces habrá una mayor necesidad de fijación al espacio. Esta es una característica fundamental para entender el entrecruzamiento de círculos sociales en relación a la espacialidad, así como de la construcción de la individualidad.
Pensado desde el punto de vista de la división del trabajo (y teniendo en cuenta que la ciudad es su más privilegiada arena de despliegue) el productor produce “para compradores desconocidos por completo que nunca entran en el campo visual del productor” (Simmel, 1939). Esto hoy día ha alcanzado, gracias a las nuevas tecnologías, la posibilidad de que ni siquiera exista la necesidad de moverse hasta un mercado para conseguir un servicio o bien. Simplemente debe poseer una computadora para pasearse por tiendas virtuales y llevar hasta el hogar medio kilo de tomates. Al mismo tiempo esto modifica el carácter de proximidad o distancia las relaciones más puramente objetivas e impersonales, que implican una mayor capacidad expansiva ,al tiempo que permiten algo fundamental para la supervivencia en la ciudad racional simmeliana: la capacidad de abstracción. Que el sujeto pueda abstraerse de su ambiente no solo le proporciona la posibilidad de establecer relaciones a distancia sin necesidad de un contacto cara a cara sino que además le permite desarrollar con mayor facilidad lo que Simmel denomina actitud blasée.
Esta construcción protectora de la personalidad en conjunto con la reserva y la antipatía, da al hombre una apatía, al tiempo que promueve un alto grado de subjetividad. La actitud blasée consiste en la indiferencia que se genera en el hombre metropolitano, a causa de esta sobrestimulación nerviosa que recibe por la gran cantidad de imágenes que percibe constantemente cambiantes, durante demasiado tiempo hasta el punto en que no puede distinguir y se vuelve incapaz de reacción alguna ante los mismos.
Un hastío, producto de la intensificación cualitativa de estos elementos, invade al sujeto que, en pos de su autoconservación devalúa su mundo objetivo, arrastrando dentro de el su personalidad individual.
Consecuentemente y como parte de esta necesidad protectora se genera en el urbanita una actitud de reserva ya que ante la enorme cantidad de personas que lo rodean, corre el riesgo de verse atomizado en el hipotético caso de reaccionar ante cada uno de estos estímulos, lo cual por supuesto, sería imposible[16].
Solo intentemos imaginar el hecho de tener que saludar a cada una de las personas con las que nos cruzamos en un día caminando por alguna avenida más o menos transitada. Por ello es importante destacar una vez más como la experiencia urbana no solo constituye una serie de interacciones sino que contiene una experiencia espacial única que se imprime en los cuerpos y en la mutua interacción que se actualiza constantemente.

El carácter cosmopolita y el estilo de vida
Por último nos gustaría hacer mención a una de las principales características de la ciudad en relación a su espacialidad: cual es la capacidad de superar sus propios límites en términos de fronteras físicas. Su carácter cosmopolita.
Esto se debe justamente al carácter recíproco que contiene el concepto de espacialización como función sociológica. Los hilos invisibles que amarra la ciudad hacia su exterior no solo constituyen la consecuencia no buscada de su racionalización, sino que son signos auto referenciales de su carácter cosmopolita, convirtiéndose en pura metáfora describiendo un “no lugar”; porque, y es importante destacarlo, el surgimiento de un espacio “virtual” no lo convierte en menos “real” sino que flexibiliza todas las características del espacio (Amándola, 2000).
Esto a su vez de relaciona íntimamente al estilo de vida moderno y la lucha que se da en su interior ante el avance de la cultura objetiva por sobre la cultura subjetiva que le imprime y que también describe en una de sus obras más monumentales, “La filosofía del dinero” y sobre el cual vuelve en “la metrópoli y la vida mental”. La ciudad se convierte en la expresión anónima de “la trama de un estilo de vida” (Simmel, 2005)

A modo de conclusión
La noción de espacialidad no pierde su vigencia, ni su carácter exclusivo, divisible, que fija contenidos (y esto en forma cada vez mayor) que genera y agiliza distanciamientos en tanto los círculos sociales se hacen cada vez más laxos.
Así el tipo sociológico ideal de urbanita hace cada vez más referencia a una “experiencia urbana” a un estilo de vida particular marcado por una espacialidad que intenta adecuarse pero que también determina (con mayor o menor grado) la vertiginosa contingencia que produce.

Teniendo en cuenta estos elementos como principal línea de abordaje algunas de la temáticas que surgen como analisis para el siguiente año son:

Disparadores del deseo en la ciudad (Publicidad, construcción y disposición de áreas comerciales, etc)
Medios de transporte en las grandes urbes (virgi porfa especifica un poquito)
Las formas de habitar la ciudad: la calle Florida y el microcentro de Buenos Aires.
La vivienda en las villas miseria (vivienda en la ciudad. tema alquileres, hoteles, boom inmobiliario, qué se construye, cómo, dónde, las migraciones de poblacion que eso produce en la ciudad, qué pasa con los precios)
Cyber y Locutorios en la ciudad de Buenos Aires.

[1] Desde un punto de vista más sistémico podríamos incluso pensar como hipótesis para otra ocasión la doble función que Simmel le está dando al arte no como medio de comunicación generalizado simbólicamente sino como una operación que se mueve desde el propio sistema del arte. Esto y la transformación de la distinción o código específico que realizaba el arte de bello/feo, pero que actualmente y siguiendo a Luhmann, sería se adapta/no se adapta, son temas que quedan pendientes para observar en esta construcción que lleva a Simmel del sistema del arte al sistema de la ciencia (cuya distinción es verdad/no verdad) y la relación entre ambos en estos términos. ¿Podría ser esto, otra forma de pensar el dualismo en Simmel quizás?
[2] Es importante destacar que los tipos ideales que Simmel utiliza no conservan el mismo carácter epistemológico que tenían con su colega Max Weber. Mientras que los tipos ideales weberianos apuntan a caracterizar “los sucesos concretos considerándolos como aproximaciones empíricas a un conjunto de rasgos” pero que constituye una abstracción que no se da nunca en la realidad (Poggi, 2005), Simmel por su parte entiende los tipos ideales como “una posición determinada dentro de la estructura social o una categoría general de orientación del mundo” (Vernik en Simmel, 2007)
[3] Esto no significa que el lenguaje del Yo sea menos rico sino que es de una complejidad cualitativamente diferente. Incluso como veremos luego, la socialización pensada para una sociedad de masas es aquella que permite un mayor desarrollo de la personalidad porque los círculos sociales son más laxos.
[4] Durkheim pone también de manifiesto a través de su desarrollo del concepto de solidaridad.
[5] Aquí debemos destacar que el espacio es una entre las muchas temáticas que aborda Simmel en la gran sociología para poner en juego la pertinencia del concepto de forma. Así como el secreto u otras formas de socialización, el espacio tiene esta particularidad de que las formas (de socialización) realizan una forma espacial construyendo distancias y proximidades que marcan su cinosura. Si bien nosotros no trabajamos puntualmente la espacialidad como condición de existencia de lo social (que es un elemento que podríamos abordar) ni la “importancia del número” (que vimos cuando trabajamos “La ciudad y la vida psiquica”) lo realmente importante es entender el espacio como operación entre próximos y distantes.
[6] La cursiva es nuestra.
[7] La artista y arquitecta Lara Messing (ver anexo) nos presenta un interesante punto de vista al respecto. A través de su obra y sobre todo de su grupo de fotografías “El uso circular del tiempo” donde, como Simmel, expondría en sus últimos escritos, se destaca el juego espacial del tiempo en la ruina urbana, en edificios derruidos y/o en proceso de demolición. Esto da cuenta de la importancia de la acción en el límite urbano y de la marca que puede generar esto a largo plazo en los sujetos que interactúan en y a través de ellas.
[8] La pirámide de Mayo se erige en realidad, en el antiguo mástil que se utiliza para el azote público de esclavos, para convertirse tras el primer aniversario de la autodenominada “Revolución de Mayo” de 1810 en el primer monumento nacional (Ver Anexo)
[9] La moda cumple aquí un lugar fundamental. Al respecto recomendamos “Simmel: la moda el atractivo formal del límite” por Jorge Lozano disponible en http://www.reis.cis.es/REISWeb/PDF/REIS_089_11.pdf
[10] Pensemos por ejemplo en un viaje en transporte público, digamos, un subterráneo, durante la “hora pico” (situación típicamente urbana) incluso en una situación de tanta promiscuidad la mirada se desvía hacia el horizonte marcando los límites mentales que la espacialidad no esta produciendo volveremos sobre más adelante.
[11] Es interesante como se puede leer entre líneas (a nivel metodológico) la fuerza del primer y segundo a priori de posibilidad de la sociedad en la cual el hombre se encuentra dentro y fuera de la sociedad así como la capacidad de aprehensión del otro se da siempre desde nuestro interior.
[12]Una pista al respecto nos las puede dar quizás las influencias que sembró Simmel en la escuela de Chicago y la metodología que estos autores (con sus limitaciones) utilizaron al respecto
[13] La metrópoli representa para Simmel ante todo la arena donde se desarrolla una creciente división del trabajo y donde se despliega una de sus analogías más famosas como lo es la del dinero y la vida mental. Como ya había descripto en Filosofía del dinero Simmel pone de manifiesto el peligro que representa el hecho de que una pura forma como lo constituye el dinero despliegue su carácter terriblemente nivelador, fungible y que convierte al hombre, una criatura que discierne, en un ser que al igual que el dinero iguala todo valor que señala o indica.
[14] La negrita es nuestra
[15] Aquí podemos observar la importancia de los a priori que mencionábamos al comienzo en tanto que el individuo no es socializado totalmente pero a la vez la sociedad solo puede constituirse
[16] La reserva se distingue de la mera indiferencia en tanto la primera guarda cierto dejo de extrañeza que puede convertirse en odio. Ya en el apartado IV de su Sociología, acerca de la forma de “La Lucha”, Simmel señalaba esta sutil diferencia entre la Indiferencia entre ambos conceptos y donde además hace referencia específicamente al problema de la vida urbana. Allí explica que la misma “descansa en una gradación extraordinariamente variada de simpatías, indiferencias y aversiones, más o menos breves y duraderas. Sin embargo la esfera de la indiferencia es relativamente pequeña (Simmel, 1939) en realidad la indiferencia (entendida en su carácter casi absoluto) no se da como tal, esto sería una ruptura absoluta del lazo social y una perdida de la capacidad de la atención absoluta. En este sentido la antipatía salvaguarda al hombre de caer tanto en un extremo como en otro. Así en este estado latente de lucha, que constituye la aversión hace del urbanita un ser que vive alerta.